martes, mayo 20, 2008

Concierto Déclic


La Alianza Francesa de Mendoza presenta un concierto de música clásica, el 24 de junio, a las 21.30, en el teatro Independencia (Chile y Espejo de Ciudad). Allí se presentarán los artistas franceses Bénédicte Tauran (soprano) y Guillaume Coppola (piano). Entrada general $20, para estudiantes y jubilados $15.
"Pianista talentoso y profundamente músico, seduce por su actuación sincera, reflexiva y apasionada". Es con estas palabras que Dimitri Bashirov describió a Guillaume Coppola después de una masterclass en el Conservatorio de París. Muy notable en esa ocasión, fue invitado por el maestro a la prestigiosa academia del Savonlinna Music Festival en Finlandia.
De origen francés por su madre e italiano por su padre, Guillaume Coppola empieza a estudiar piano en el Conservatorio de Besançon, su ciudad natal. Destacado por France Clidat a los 14 años, fue admitido, con la unanimidad del jurado, en el Conservatorio Nacional Superior de Música de París en la clase de Bruno Rigutto.
Por su lado, Bénédicte nació en Limoges en donde empezó estudios musicales y vocales (con D.Delarue) en el conservatorio de la ciudad. Continuó sus estudios instrumentales especializados en Renacimiento barroco en la Schola Cantorum de Bâle, en Suiza y el canto en el conservatorio de Neuchâtel (Suiza). Su debut arriba del escenario se concretiza en el Teatro de los Estados de Praga con el papel de Phébé en "Castor y Pollux". Además, ha sido galardonada con numerosas becas (Ernst-Göhner stiftung) y con concursos internacionales: Marmande 2002 y Ginebra 2003, premio especial Mozart y segundo premio en el prestigioso concurso Mozart de Salzburg 2006.

Fiesta Conexión 08

El viernes 13 de junio se realizará en Aloha (Ruta Panamericana s/n, Chacras de Coria, Luján) la Fiesta Conexion 08, que organiza la Alianza Francesa de Mendoza. En dicho lugar se elegirá a la banda ganadora de este concurso. La misma viajará a Buenos Aires con todo pago para realizar una presentación en vivo que será grabada y luego se editará un disco promocional. El jurado encargado de elegir a la mejor banda mendocina será: Gustavo meli (por la Alianza Francesa de Mendoza), Flavio Patiño (por el MIMM), darío Manfredi (por Revista Zero), Maxi Amué (por Orbis tertius, ganadores de Conexion 07) y un representante de la revista Irockuptible (a confirmar).
La entrada para la fiesta tendrá un valor de $10 pesos. Tocarán en vivo las seis bandas finalistas y cerrará la noche Orbis Tertius.

Luciana, la cantante mendocina que brilló en los '70


Durante las décadas del ’70 y ’80 fue una cantante exitosa y quizá la única mujer que vendía miles de copias de sus long plays en la Argentina. Por aquella época fue conocida artísticamente como Luciana, aunque el verdadero nombre de esta mendocina es Ana Alsina. Hoy, a sus 65 años, está más hermosa y radiante que nunca y acaba de editar un compilado con sus grandes éxitos. La placa se denomina El amor amor y uno de sus directores artísticos fue el fallecido Eduardo Pinto.
En este disco participan casi todos sus seres queridos: su hija María Godoy (talentosa actriz y directora de teatro), su hijo Juan Godoy (ingeniero electrónico, guitarrista y amante fiel de la música), sus nietos Ignacio, Tomás y Federico Godoy y sus dos bellas nietas: Florencia Roux y Azul Aguiar. Además del destacado saxofonista Pablo Roux (su ex yerno).
A todos ellos ofrendó El amor amor: “Dedico este trabajo a mis queridos hijos y nietos, con quienes he compartido toda la alegría y emoción de este proyecto”, versa una leyenda en la placa de Luciana.
“Este disco surgió como todo en mi vida: por casualidad”, cuenta emocionada la artista, quien también estudió Artes Plásticas y actualmente se desempeña como psicóloga en el hospital Carlos Pereyra.
“Tengo que agradecerle a Alejandro Arra y su familia por confiar en este proyecto. Un día nos encontramos con Arra en una reunión y ahí comenzamos a hablar de que mis discos no se encontraban en ningún lado, entonces surgió la idea de hacer un compilado de grandes éxitos”, recuerda entusiasmada la cantante.
Cuando todavía era Ana Alsina, Alfredo Savasta le ofreció trabajo en Mar del Plata para hacer temporada con un cuarteto. “Cantábamos bossa nova y también algunos temas de los Beatles. Fue mi primera temporada con un nombre artístico, me bauticé Ana Hamilton”, cuenta.
Eso fue en 1971, aunque su estrellato surgió por otro lado: “Los chicos de Pintura Fresca me propusieron grabar con Emi Odeón. Yo no quería, porque no cantaba en español, sólo quería cantar jazz, pero esa música no era popular. Ellos insistieron y llamaron a la compañía para que me hicieran una prueba y al otro día ya estaba contratada”, rememora la bella mujer, quien en sus primeras épocas como Luciana llevaba como operador de sonido a su hermano Daniel Alsina, uno de los mejores sonidistas de esta provincia.
Luciana se radicó con sus dos pequeños hijos en Buenos Aires y allí conoció el éxito. “En esos años las mujeres no vendían muchos discos, pero a mí me fue muy bien. Mi primer disco, Feliz cumpleaños, vendió más de 450.000 copias. Nunca busqué lo que me pasó; yo estudiaba Artes Plásticas y para mí cantar era un gusto. Pero las cosas pasan por algo. Son señales que te da la vida”, considera Luciana, quien confiesa que le costó adaptarse a Buenos Aires porque se fue de grande. “Hice una vida tranquila allá, poco farandulera. Amigos famosos no he tenido muchos porque éste es un trabajo solitario. No es como el del actor, que comparte temporadas con otros artistas. Cuando hice temporada con Estela Raval, Facundo Cabral, Víctor Heredia, Mario Sánchez y La Chona, por nombrate algunos, ahí sí entablé amistades”, confiesa, y refuerza: “No es tan simple ser un profesional de la música, si no mirá lo que pasó con Eduardo Pinto. Para mí era un sufrimiento que me llevaran a mil en el auto de un show a otro. Yo era famosa por una frase que decía: ‘Que se indemnice al público,

lunes, mayo 05, 2008

Final de partido, una muestra itinerante en la Alianza Francesa


El jueves 8 de mayo, a las 20, quedará inaugurada en la Alianza Francesa (Chile 1754, Ciudad), la muestra fotográfica Sortie de match (Al terminar el partido), del fotógrafo Denis Rouvre. En la ocasión, el destacado rugbier mendocino Federico Méndez dirá unas palabras alusivas.
A Denis Rouvre le gusta el rugby, dice. En realidad, no es que juegue ni vaya a mirar partidos: "La fuerza bruta que emana de estos hombres siempre me ha fascinado", aclara. Por eso consiguió un permiso y viajó por toda Francia para meterse con su cámara en los vestuarios de los 14 clubes de la liga nacional de rugby de Francia.
"Un día, un jugador herido llegó, solo, al vestuario. Quise fotografiarlo. ¿Por qué me molestás? ¡Estoy viendo las estrellas!, me gritó, al borde del desvanecimiento. Son esas estrellitas las que quise capturar", cuenta. Las estrellitas pospartido fueron a parar en 2006 al libro Sortie de Match (Al terminar el partido ), y dan vueltas por el planeta en una muestra de fotos que, hasta el 6 de junio, espera en la Alianza Francesa de Mendoza. Hay caras rotas como las de los rugbiers Serge Betsen, Fabien Laurent y Aurélien Rougerie.

La exposición se podrá visitar de lunes a viernes, de 9 a 13 y de 17 a 21. Además, en la inauguración se degustaran unos ricos choripanes y unos exquisitos vinos tintos.

Acerca de su trabajo Denis Rouvre ha dicho: Siempre me ha gustado el rugby. Instintivamente. Sin jamás realmente acercarme a él. Ni amateur, ni hincha. En el fondo, no obstante, la fuerza bruta que emana de estos hombres siempre me ha fascinado. Por su belleza desconcertante, en las antípodas de los cánones habituales. De esta atracción, nació en 2004, un primer proyecto fotográfico, realizado para “L’Equipe Magazine”, que llamé “Broken Faces”. Una serie de retratos muy de cerca de los pilares del XV de France. Deseaba conseguir más. Necesitaba un “ábrete sésamo”. Enseñé entonces mis fotografías a la liga nacional de Rugby. Su entusiasmo me dio alas. Su apoyo era imprescindible. Me lo dieron de manera incondicional. En la primavera de 2006, los presidentes de los 14 clubes del campeonato de Francia me abrieron los vestuarios de sus equipos. En las entrañas del estadio, esperé el final de los encuentros para captar la imagen de los jugadores en el preciso momento en que finalizaba el partido. Durante aquellos pocos minutos, en los que, ya fuera de la cancha, conservan aún el ímpetu del juego. Jadeantes, sudorosos, maltrechos, muestran en sus caras y sus cuerpos las huellas evidentes de esos ochenta y cuatro minutos de lucha obstinada. Quise ver en ellos las marcas del enfrentamiento: los golpes, el barro, la rabia y el agotamiento. Intenté capturar ese momento, antes de que desaparecieran los estigmas del olvido absoluto de ellos mismos. El momento en el que estos hombres dejaron de ser “topadoras” pero todavía no son los “dioses del estadio”. Vuelven del esfuerzo sobrehumano. Regresan a la tierra donde la estética ya no es la del combate.
Al fotografiar a todos de la misma manera, sin oropel, sin artificio, sin decorado, fui buscando y capturando la belleza brutal de sus rostros magullados. Mi experiencia del retrato me enseñó a considerar el tiempo como un aliado precioso.
Me permite habitualmente modelar las luces, mejorar la escenificación, provocar al modelo, excitar su curiosidad. Esta vez, jugué contra el tiempo. A medida que pasaban los minutos, lo que buscaba desaparecía. Un día, un jugador herido, llegó, solo, al vestuario. Quise fotografiarlo. “¿Porque me jodés? ¡Estoy viendo las estrellas!” me gritó, al borde del desvanecimiento. Son esas estrellitas las que quise capturar.