jueves, abril 24, 2008

El recuerdo sigue vivo


Hace poco más de tres meses de la partida del charanguista Valdo Delgado y del multiinstrumentista Eduardo Pinto, integrantes del grupo Miles de Años que perdieron la vida el 7 de enero en un accidente vial en Uruguay, dejando un vacío y un sabor amargo en toda la comunidad artística mendocina. Pero ambos siguen y seguirán viviendo en el recuerdo de todos aquellos que tuvieron la posibilidad de conocerlos como personas y de disfrutar de sus increíbles creaciones. Y por ello, para homenajearlos decidimos dialogar con una de las personas que más ligada estuvo –y está– a Valdo y Edu: Quique Öesch, percusionista de los Miles de Año y “hermanos de la vida y de la música” de los desaparecidos artistas.
Öesch nos recibió en La Mitre, la casa donde vivían Delgado y Pinto y que ahora se ha convertido en la casa del percusionista uruguayo, quien confiesa no estar seguro de haber asumido estas pérdidas. “Cuando pasó lo que pasó (por el accidente), me quedé un mes en Uruguay porque sabía que acá estaba brava la cosa (por cómo fue tomada la noticia de las muertes). Allá podía hacer mi proceso a mi manera. Acá todos querían tocar y tocar. Había mucha gente que tocaba desde el dolor, desde la bronca, la impotencia, y yo no quería tocar así. Entonces esperé a que se me pasara para poder tocar desde el corazón y recordándolos bien a los locos. Es más, si ahora armo una banda no voy a tocar temas de Miles de Años, voy a ir a lo nuevo. Quizás dentro de un par de meses o de años reflote algún tema, pero por ahora no”, expresó Quique con entereza.

La última vez
“El último toque que hicimos con Miles... fue en la Peatonal Sarmiento, a fines de diciembre. De ahí me fui a pasar las fiestas con mi familia a Uruguay. Los muchachos salieron el domingo 6, a la medianoche, en un barco que los llevaba (de Buenos Aires) hasta Colonia. Ahí llegaron a las cuatro de la mañana del lunes 7 y los esperaba la trafic que los llevaría a Mercedes, donde se realizaba el festival Jazzalacalle. Pero 60 kilómetros antes pasó esto”, recordó el percusionista y agregó: “Esa mañana me tomé un ómnibus a las 7, desde el lugar donde viven mis viejos, y cuando llegué a Mercedes me esperaban con la noticia”.
“Antes de irnos a Uruguay, queríamos incorporar para ese festival un par de temas del primer disco, que hacía tiempo que no tocábamos. Como era un festival importante y venían músicos de todas partes del mundo, queríamos ir afilados. Le dije a los muchachos que se quedaran tranquilo, que iba a repasar los temas allá. Cuando llegué a Uruguay me ‘recolgué’ con mis amigos y no repasé nada. Entonces, el día ese (el 7 de enero) a la madrugada, cuando me levanto para tomar el ómnibus, agarro el disco y el discman y me los llevo. Cuando me siento en el micro, el aparato se queda sin batería. Quise bajarme en una de las paradas que hacía el colectivo pero el chofer no me dejó. Después me quedé dormido, por eso no me di cuenta que había un accidente en la ruta... Si hubiese ido repasando los temas, hubiese visto todo el revuelo”, comentó con nostalgia Öesch, quien hizo una fogata con los restos que quedaron de los instrumentos que Valdo y Eduardo llevaban consigo para tocar en el festival uruguayo.

El show debe continuar
Cada persona, cada cultura y religión tienen una visión distinta de la muerte. Quienes conocían a Pinto y a Delgado aseguran que los dos creían en una vida en “el más allá”.
Por su lado, Quique confesó y aclaró que sus entrañables amigos nunca hubiesen permitido que Jazzalacalle, el festival del cual iban a ser parte, se suspendiera. Esto porque, como buenos músicos, para ellos la música nunca debe parar.
“Quiero aclarar que el festival continuó porque yo quise. Los organizadores querían suspender, pero yo recordé que cuando estábamos de gira por Buenos Aires con Valdo falleció su papá y él no quiso suspender los show porque quería tocar para despedirse de su padre. Cuando partió la mamá de Pinto estábamos en Antofagasta de gira con el Circo de Moscú. Pinto vino, se quedó un día más para acompañar a su familia y volvió a la gira. Los chicos hubiesen querido que la música no parara. Obviamente no iba a ser una fiesta ni íbamos a tirar papelitos”, justifica Öesch ante algunas críticas por la continuación que tuvo el festival uruguayo. “Esa noche (por el 7 de enero) yo toqué con un percusionista uruguayo, que tiene una visión particular de la muerte, para despedir a los muchachos”, agregó.

El lunes negro
–¿Se supo qué le pasó al chofer que manejaba el minibús donde iban los chicos?
–Parece que le dio un infarto. Era un chofer retirado de una empresa importante de allá. El tipo conocía el camino y la noche anterior lo habían invitado a que se quedara al festival y no quiso para estar bien despierto para ir a buscar a los chicos. Además, cuando uno se queda dormido al volante, pega un volantazo y el auto se da vuelta. Acá las pericias dicen que siguió derecho.
–¿Cuál es tu visión de la muerte?
–Acá arriba estamos de paso. Es un planeta escuela al que venimos un tiempo y nos toca encarnar en un cuerpo y luego seguir. Lamentablemente o afortunadamente, no sé, los tiempos no los manejamos nosotros. Formamos parte de una mecánica que no conocemos y por eso reaccionamos como lo hacemos. Además, nuestra cultura no tiene “razonada” la muerte como parte de una evolución y por eso nos cuesta entender que una persona joven se vaya.
–¿Éste es el fin de Miles de Años?
–No, la música está y va a seguir estando. Están los discos y hay un montón de cosas que han quedado. Es el fin como grupo...
–El fin físico...
–Sí, exactamente. Yo cuando toco todavía estoy con ellos. Para mí han sido dos maestros desde que los conocí, dos hermanos con los que compartí muchas cosas.

La primera vez
–¿Cómo se conocieron?
–A Mendoza vine, por primera vez, en el ’91, a dar unos talleres de candombe a Rivadavia. Ahí lo tuve como alumno al Edu, que tenía 11 años. En el ’92 me vine a vivir acá y lo empecé a tener como alumno, pero nunca toqué con él hasta que formamos Miles de Años. A Valdo lo conocí en el ’98, cuando él venía con Facundo Guevara a presentarse con un grupo que se llamaba La Minga. Empezamos a hacer algunas cosas. Los primeros toques fueron en el ’99, eran dúos de percusión y charango o de batería y charango. Cuando Valdo se instala acá lo conoce a Edu y me dice que le gustaría sumarlo a la banda.
–¿De dónde sacaron el nombre del grupo?
–Miles de Años es el nombre del primer tema que compuso Valdo con su charango. Era un homenaje a la humanidad, a lo ancestral y al futuro: a los miles de años que hace que estamos acá arriba y a los miles de años que vamos a seguir estando.
–¿Cómo va a continuar tu vida artística?
–Estoy con la murga El Remolino, con el dúo que estamos haciendo con Sandra Amaya... Tengo que ver cómo va a ir fluyendo todo. Miles de Años fue algo que fluyó, no fue planeado.

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